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Isla de Yeu la isla secreta de Francia: playas y pueblos

Isla de Yeu la isla secreta de Francia: playas y pueblos

La cita es a la llegada de los navíos de pesca de colores al muelle de Puerto Joinville. Los isleños con la ineludible boina azul asisten en masa a sujetar enormes suelas, rayas, lubinas, un legado de los tiempos en que la isla fue el primer puerto pesquero del Atlántico y más de un ciento imponente. thonier aterrizaron un montón de germón, el atún que los británicos llaman guerreros, combatiendo contra los hombres.

El día de hoy la Isla de Yeu, una isla de sellos postales de 9 quilómetros por 4, inmortalizada en una aventura del renombrado Tin Tin -héroe incontrovertible del cómic francés-, es el buen retiro de escritores, artistas, publicistas encantados por este rincón de Grecia perdido en el Atlántico, los pueblos de casas blancas con ventanas color lavanda, donde no hay discos y uno es acogido en una cautivadora maison d’hôtes.

Isla de Yeu: las playas más bonitas para descubrir en bicicleta

Un amor a primer aspecto que los persuadió de desamparar los rituales mundanos de la vida en la urbe por Paseos en bicicleta, la atracones de ostras, la salir al mar para pescar con los marineros.

Aquellos que no hayan tenido el coraje de dar el paso pueden abordar el navío el viernes de noche. Fromentine, en media hora, alcanza la manera alargada en el horizonte, donde el playas de arena dorada hasta donde alcanza la vista y los barrancos que dominan el colérico Atlántico.

Poco a poco más italianos asimismo se sienten atraídos por esta isla por costos significativamente más bajos equiparado con el mar en casa. Es un regreso a los orígenes, a la tierra de los nautas, al espíritu de grandioso, los amplios horizontes: no se ha construido nada acá desde la década de mil novecientos cincuenta.

Es la venganza del océano sobre la suavidad de la Costa Azul, los lujosos hoteles Belle Époque colonizados por los nuevos zares rusos, mas asimismo sobre las multitudes y las feas viviendas que han deteriorado el sur de Francia en ciertos lugares.

«A Saint-Tropez en vient pour se montrer, a Yeu pour se cacher: vas a Saint-Tropez para mostrarte, a Yeu para ocultarte ”, es el leimotiv de la isla.

El tiempo es prácticamente mediterráneo, suavizado por las cálidas corrientes que atraviesan el Golfo de Vizcaya. Acá y allí medran higos y agaves, son un desfile de dunas y pinares i treinta quilómetros de costa protegida por el Conservatoire du littoral, donde se descubren a si mismos playas de arena blanca adelantado por las flores de espino y brezo, que contrastan con la piedra obscura de los dólmenes y megalitos, recordatorio del paso de los celtas.

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Pocos vehículos -ciertos Mehari y dos CV -los 2 caballos históricos- forzaron a rendirse en frente de los caminos de tierra que surgen en calas entre rocas rojizas. Ser abordado rigurosamente en bici, el medio más popular.

Isla de Yeu: restaurants y tiendas en Port Joinville

Entre los ritos isleños se halla la parada en el historiador café Maritime, entorno de marineros un Puerto Joinville, un pueblo cautivador con techos de tejas anunciados por el faro verde, con las calles pavimentadas que se llaman vía dell’angolo, del gatto, de ella fata, del secret.

Hallarás todo para el verano isleño desde Grand’Voile, en primera línea de mar: desde vareuse, las tradicionales camisas de los marineros, a los sombreros.

Vía Guist’hau sube hasta el siglo XIX Iglesia de Notre-Dame du Port: en el interior 3 fragatas de los tiempos heroicos, suspendidas como exvoto. A unos pasos del mercado callejero festejado todas y cada una de las mañanas al lado del puerto, en frente de los cafés con terrazas, un triunfo de colores y aromas, un ramo de flores silvestres.

Artesanos y artistas han abierto sus stands en La Fabrique, un enorme espacio rigurosamente hecho en Yeu, donde puedes hallar de todo, desde bolsos, hasta joyas, hasta objetos ornamentales.

La historia aventurera de la caza del atún se remonta a museo de pesca por medio de los retratos en blanco y negro y en color de los nautas más conocidos, los modelos de candela como Le Pluton, muy elegante como una gacela, hasta los navíos de el día de hoy.

Qué ver en Isla de Yeu

Para gozar de los paisajes más espectaculares hay que salir de Port Joinville. Cara el oeste, la carretera corre a lo largo del antiguas industrias de conservas de sardina ya antes de llegar a los barrancos de grano barridos por las olas: es el Côte Sauvage, digna de su nombre, poblada por aves marinas y conejos. Desde abril, toda la isla ha florecido como un jardín. Acá medran 14 géneros de orquídeas, lis marinos, geranios silvestres.

Dominar elAnse de Broches la torre de listas amarillas de los dioses Chiens Perrins, que apunta a los nautas una enorme roca peligrosa donde zozobraron múltiples navíos en el siglo XIX, como el holandés Le Bordeaux, en el que los rescatistas hallaron un tigre enjaulado que subsistió a la tormenta.

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Al sur de la bahía, el dolmen de la Planche à Puare es una tumba del cuarto milenio ya antes de Cristo; al pie, una miríada de rocas entre aquéllas que amarran con habilidad pequeñas embarcaciones, con gaviotas compitiendo por pescar. Se mezclan con los barrancos ruinas del Vieux Chateau, la fortaleza construida en la parte menos alcanzable de la isla para dejar que los habitantes se refugien mientras que los invasores desembarcan en el lado norte.

Playas y marisquerías

La costa se abre a escenarios sorprendentes, como el cuevas de Liane y Bélier y atisbes de las playas como Sabias, con reflejos dorados. El único cobijo, el pequeño puerto de La Meule, en la desembocadura de un val, hete aquí roca de la Tourrette, que se adentra en el mar como una presa. Cada 6 horas los navíos se ponen de costado sobre el fondo marino seco: es el efecto de las mareas. En el muelle, las cabañas donde los pescadores ponen sus utensilios. Tras un camino en bici o bien un baño, el bar de La Meule, de corral, con una enorme terraza con vistas al puerto deportivo donde se puede saborear el patagos, pequeñas almejas sabrosas y Saint-Jacques a la parrilla.

Arriba, la capilla blanca de Notre-Dame-de-la-Bonne-Nouvelle, el más viejo de la isla. Promontorios rocosos interrumpen la costa bañada por dunas de arena. Más al este, el plage des Vieilles, en forma de media luna, es un codiciado amarre para los nautas que llegan del continente.

La marea baja deja al descubierto extensas extensiones de arena amarillento que los habitantes tamizan buscar camarones, asimismo se sirve en los restaurants a unos pasos del mar. Las rocas surgen del agua bautizadas, conforme su forma, una piedra temblorosa, Torre de la ciudad de Londres. Apartado, acá está el Petit Port des Vieilles, el más pequeño de Francia.

El picnic del marinero

Por un camino que conduce al Península de tramo puede ser alcanzado plage des Soux, con vistas al agua turquesa, con el enorme cobijo rocoso para aves marinas y el fondo marino protegido. Acá se abre un increíble tramo de costa, el pointe des Corbeaux, un paisaje increíble, el promontorio marcado por el faro colorado y blanco, los cabanones de madera de los pescadores corroídos por la sal.

Acá y allí los chalecos salvavidas del Societé de Sauvetage ensartados en postes de madera, con cincuenta metros de techo, listos para ser lanzados al mar en el caso de tormenta. En días claros, se puede ver el continente. Para descubrir la isla, no es suficiente con admirar pueblos y bosques o bien los faros que el mar abravecido en ocasiones semeja arrancar de la costa. Mirando cara arriba, el cielo es una paleta de formas y luces, cirros y montículos con formas imaginativas, ahora amenazantes y instantes después inmóviles en el azul.

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Isla de Yeu: que comer

Una meseta arenisca empuja cara Puerto Joinville, un desfile de playas y bosques que bañan el mar. De qué manera Les Conches, anunciado por un desfile de pinos y robles, dominando el continente; la calas de Les Sapins o bien La Pipe, donde las damas se hallan con la canasta de picnic que es indispensable tarte aux pruneaux, aun si no hay un solo árbol acá.

Una tradición que se remonta a la temporada de Luis XVI, cuando los marineros de Yeu, que transportaban el vino de Burdeos por las costas de Francia, descubrieron que el ciruelas secas se sostuvieron a lo largo de bastante tiempo y decidieron subirlos a bordo con canela y ron a lo largo de los largos meses en el mar para la pesca del atún.

En el suelo, con los suministros no usados, las esposas hicieron el resto. Otra especialidad es la entrega, que se cocina todos los domingos, un pastel de nuez de ternera y orejas de cerdo, patatas y zanahorias, cocinado a fuego lento a lo largo de horas, que asimismo se puede hallar en restaurants.

Yeu no vive solo al lado del mar. Uno de los pueblos más fascinantes se halla en el corazón de la isla, Saint-Saveur, en la colina, la vieja capital encabezada por la bella iglesia románica en grano gris, el campanario octogonal. Observatorio privilegiado de los vicios y virtudes insulares, el café À l’Abri des Coups de Mer (cincuenta y cuatro, rue du Général-Leclerc), donde el dueño da consejos y sugerencias para moverse por la isla.

A Ker Poiraud, perdido en la mitad del campo, descubrimos el Ferme d’Emilie, en el que se crían carneros y ovejas, sí arriendan burros para excursiones en los aledaños y se venden Enjambres, terrinas de paté maison rigurosamente orgánico.

A pocos quilómetros de distancia, le reciben como huéspedes familiares en el maison d’hôtes de Marie Héléne y Jean Patrick Jandet, Publicistas parisinos que aterrizaron acá hace unos años. Asimismo vale la pena visitar el pequeño camposanto que cobija el sepulcro del Mariscal Pétain -el jefe del gobierno colaboracionista de Vichy-, el preso más viejo del planeta, que murió en la isla a los noventa y seis años. Su tumba, orientada en sentido opuesto a las otras, que miran al oeste cara el Atlántico, mira a Francia.

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