Es la otra Grecia, aquella a la que no asociamos ni a Platón, ni a la ensalada, ni a las redes de los pescadores. Lejos de los beach clubs y de las sombrillas, marcada por pasajes bizantinos y otomanos, revela encantos insólitos.
De Atenas el Ática, subamos a Tesalónica la Macedonia. El gran puerto, que fue una potencia bizantina (de la que la Unesco, al enterarse, ha elaborado una hermosa clasificación de monumentos paleocristianos), está resistiendo mejor a la crisis de la economía griega. Lo asumió y demostró iniciativas sin cuartel que lo honran y embellecen. Suceden cosas en el golfo Termaico y en los restaurantes del paseo marítimo, los clubes de Ladadika giran con la regularidad de un komboloi en los dedos de un nonagenario. No en vano los paraguas aéreos de Georges Zongolopoulos se han convertido en el emblema de la ciudad: parecen invitar a salir haga el tiempo que haga. Pero alejémonos de estos ligeros encantos.
Eirini Vourloumis/The New York Times-REDUX-REA
Estilo de vida otomano y renacimiento nacional
Al sur está Halkidiki, cuyas tres penínsulas parecen flotar en el Egeo como algas ciruela. Es un país perdido, donde el azul intenso del mar se alterna con la tierra cubierta de paja. Las playas son estrechas, pero el agua brilla infinitamente. Quienes cultivan allí el aislamiento son los monjes ortodoxos del Monte Athos, al final de Aktè, la península oriental. Sólo tienen acceso los caballeros, debidamente provistos de un sésamo que obtienen en Ouranoupoli. Esta república monástica es la contraparte marítima de los monasterios estilita de Meteora en Tesalia, en Grecia central. Tomando el camino occidental se puede llegar a Veria, al sureste de la cual se encuentra el sitio arqueológico de Aigai (nombre moderno Vergina), cuna de los Argeades y del antiguo imperio macedonio.
Dagmar Schwelle/LAIF-REA
En el antiguo barrio romanote de judíos de cultura griega, las casas, algunas de las cuales hoy albergan hoteles amueblados con madera y lana de colores, aún son testigos del estilo de vida cosmopolita otomano. Siguiendo hacia el oeste, a orillas del lago Orestiada, nos encontramos con Kastoria. En las mesas campesinas, la trucha, que supone un agradable cambio respecto al pulpo costero, y los giouvetsi, cordero asado con pasta tipo crozets, salsa de tomate y queso. En las iglesias, programas de frescos que demuestran que la piedad griega ha visto todos los colores. Quien necesita luz interior tiene, por tanto, una cita que anotar en su agenda…
Eirini Vourloumis/The New York Times-REDUX-REA
Al suroeste, los paisajes de la región de Zagori encantan: montañas escarpadas, gargantas estrechas, una densa capa de árboles de hoja caduca, prados, puentes otomanos y pueblos con casas cúbicas de piedra que vieron nacer el renacimiento nacional griego. Puedes pasear en coche, en bicicleta o a pie por los senderos asfaltados. El terreno de los beach clubs y de las sombrillas ha desaparecido, sustituido por el de los tejados y los plátanos orientales. Aquí, el Categorías de Aristóteles y el protector solar son menos imprescindibles… Finalmente, parada en Ioannina. Castillo, baños turcos, mezquitas, sinagoga, escuela de equitación otomana, iconos…: el patrimonio epirota marcado por el estilo romántico de los Balcanes es significativo. Una atmósfera, en definitiva, muy familiar y tranquilizadora, que finaliza de la forma más envolvente esta travesía por la Grecia continental.
Foto de portada: Panos/Fotolia